5 Remedios para la tristeza

 

La tristeza ocupa un lugar singular entre las pasiones humanas. No es sólo una reacción emocional ante el mal, sino un estado del alma que puede llegar a paralizar las fuerzas vitales y nublar el juicio. Por eso, Santo Tomás de Aquino —heredero de la sabiduría antigua y maestro en el arte de ordenar los afectos— la considera la pasión que más daño causa al cuerpo y al espíritu. Pero el Aquinate no se limita a describir su naturaleza; propone también remedios concretos (STh I-II 38), realistas y profundamente humanos, que responden al modo en que la tristeza afecta tanto al cuerpo como al alma.

 

 

1. Mitigar el dolor con la delectación

 

“La delectación, si es intensa, ahuyenta la tristeza” (Aristóteles).

 

La tristeza implica, según Tomás, cierta fatiga o enfermedad del apetito. La delectación —que es reposo del apetito en un bien conveniente— actúa como medicina: “descansa” el alma. Igual que el cuerpo cansado se repara con reposo físico, el alma fatigada se reconstituye mediante delectaciones apropiadas. No toda delectación sirve de igual modo; lo relevante es que se trate de algo verdaderamente bueno y conforme al estado del alma.

 

2. El llanto

 

“Sólo en los gemidos y en las lágrimas hallaba algún descanso”. (San Agustín, ante el dolor por la pérdida de un amigo)

 

Las lágrimas son una forma de echar fuera la tristeza interior, lo que hace que el alma se desahogue. El Aquinate lo explica diciendo que aquello nocivo que se guarda en el interior aflige más, puesto que el alma se concentra en ello, mientras que lo que sacamos al exterior, bien con las lágrimas, bien con los gemidos o las palabras, hace que la atención del alma se desparrame hacia el exterior, aliviando así nuestro dolor interno.

 

Por otra parte, llorar cuando se debe produce cierta delectación, pues va con el orden natural del estado afectivo. Forzar otro estado sólo añade disonancia interna y hace más profundo el sufrimiento. Dice santo Tomás: “Si a alguno se le escapa la risa en unas circunstancias en que le parece que debería llorar, se duele de ello, como de hacer lo que es impropio”. Lo mismo ocurriría si los demás se rieran o se mostraran indiferentes ante una desgracia nuestra, lo que nos resultaría doloroso; mientras que el hecho de que lloren con nosotros, nos resulta consolador. Y de ahí el siguiente punto:

 

3. La amistad

 

“El amigo que se compadece en las tribulaciones consuela” (Aristóteles)

 

Las razones que da el Filósofo para ello son dos: primero porque la tristeza ocasiona una especie de peso o carga que atormenta el alma. Al compartir con el amigo las penas, parece como si esa carga se repartiera, de manera que el alma siente un alivio real, al saber que no está solo, que otros comparten la carga con él.

 

La segunda y mejor razón es el deleite que se sigue de saberse amado por el amigo. Cuando uno sufre una honda tristeza y ve cómo el amigo se conduele, le escucha, le comprende y se esfuerza por consolarle, eso es en sí mismo ya un consuelo. A veces puede ser un fuerte motivo de alegría comprobar que, en situaciones dolorosas, los seres queridos se hacen presentes de una manera especial, se vuelcan por animar a uno, lo que reconforta el alma en gran manera.

 

Cabe añadir que, de entre todas las amistades posibles, la más elevada, pura y reconfortante es la amistad con Cristo. Por eso, la oración supone uno de los más grandes consuelos del alma:

 

“No me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvisteis delante de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero”. (Vida de Sta. Teresa, 22,6)

 

Nadie como el Señor está tan atento y dispuesto a consolarnos como Él mismo nos manifestó: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré”. También Nuestra Santa Madre, fundada en su experiencia da testimonio de ello:

 

“Si estáis con trabajos o triste, miradle… Miraros ha Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vais vos con él a consolar y volváis la cabeza a mirarle”. (Camino de Perfección 26, 5)

 

4. La contemplación de la verdad

 

“Parecíame que si aquel resplandor de la verdad se descubriese a nuestras mentes, o que yo no habría de sentir aquel dolor, o que, ciertamente, lo habría tenido por nada.” (San Agustín)

 

Para Santo Tomás, la contemplación de la verdad es la fuente más alta de delectación. En medio de nuestras pruebas, al considerar realidades como el propósito de la cruz, la esperanza del cielo o la Providencia divina, el alma se eleva por encima de lo circunstancial del dolor presente.

 

Pero no sólo la meditación que surge del propio sufrimiento, sino que la contemplación misma de la verdad, que es naturalmente deleitable y un bien para el alma, es un reconstituyente para un estado de ánimo triste y apesadumbrado. Aunque estas consideraciones están en el entendimiento, la fruición de la parte superior del alma, redunda en la parte inferior (en el sentido), aliviando el dolor.

 

5. El sueño y los baños

 

“El sueño restablece los miembros debilitados para el trabajo, alivia las mentes fatigadas y libera a los angustiados de su pena”. (San Ambrosio)

“Había oído que el baño es llamado así porque arroja del alma la tristeza”. (S. Agustín)

 

Santo Tomás de Aquino enseña que, entre todas las pasiones, la tristeza es la que más daña al cuerpo, porque se opone directamente a la vida humana según el tipo de movimiento que le es propio. Esto quiere decir que hay pasiones que no son malas en sí mismas, sino cuando se desordenan o exceden su justa medida —como el deseo o el amor—. El deseo, por ejemplo, es algo naturalmente bueno y conforme al hombre, pero se vuelve nocivo cuando se desea de manera desordenada, en exceso o con carencia de equilibrio.

 

La tristeza, en cambio, es nociva en sí misma, porque su movimiento se opone al impulso vital del alma, como sucede en la desesperación. Dice el Aquinate: “Más aún la tristeza, que agrava el ánimo por el mal presente, cuya impresión es más fuerte que la del mal futuro.” Por eso advierte que la tristeza puede llegar a perturbar el juicio y anular el uso de la razón, como se ve en quienes caen en profunda depresión o en estados de angustia que rozan la locura.

 

De aquí se sigue que aquellas actividades que restituyen el equilibrio natural del cuerpo —como el descanso, el sueño o los baños— pueden servir también como remedios para la tristeza, pues el buen estado corporal influye de algún modo en la salud del alma.

 

Por eso, cuando se atraviesan momentos de particular aflicción, conviene cuidar el cuerpo y procurarle los alivios necesarios: dormir bien, alimentarse con mesura y buscar un orden sereno en la vida cotidiana. Así lo comprendía Santa Teresa de Jesús, quien dispensaba de las mortificaciones corporales a las monjas que sufrían de melancolía, y en su lugar les mandaba comer y dormir bien, sabiendo que el descanso y el cuidado del cuerpo son, a veces, los mejores remedios para los males del alma.

 

Conclusión

 

En estos cinco remedios —la delectación honesta, el llanto, la amistad, la contemplación de la verdad y el descanso del cuerpo— se refleja una comprensión profundamente unitaria del ser humano. Santo Tomás sabe que el alma y el cuerpo están entrelazados, y que el dolor del alma puede aliviarse tanto con un baño caliente como con la contemplación del misterio de Dios. Nada humano queda fuera de su mirada: el afecto, la razón y el cuerpo colaboran en la sanación de la tristeza.

 

Sin embargo, más allá del aspecto terapéutico, en la raíz de toda tristeza hay una dimensión metafísica y amorosa: además de la tristeza provocada por el mal presente, también se da aquella que surge por el bien ausente. Como enseña el Santo, esta tristeza nace del amor; sufrimos no tanto por el mal que nos hiere, sino por el bien que amamos y que nos falta.

Autores tomistas como Francisco Canals han desarrollado esta idea con profundidad: la raíz del dolor no está en el mal como tal, sino en el bien amado cuya ausencia se padece. Canals explica que el amor del bien —en su forma más alta— hace más dolorosa la privación que cualquier mal sensible presente, porque el alma se ordena por amor al bien, no por aversión al mal. Por eso, el alma que ama más intensamente es también la que más puede sufrir.

 

Así se entiende que la tristeza, lejos de ser simplemente una perturbación o una enfermedad, pueda revelar lo más noble del corazón humano: su capacidad de amar bienes verdaderos. El sufrimiento, cuando se ordena al amor, no destruye, sino que purifica. Y en última instancia, toda tristeza humana encuentra su consuelo en Cristo, el “varón de dolores” que asume nuestras penas para transformarlas desde dentro.
En Él, nuestra herida del bien ausente —la nostalgia del Amor perfecto— se convierte en promesa de plenitud: la tristeza se transfigura en deseo, y el deseo en esperanza.

 

RM, carmelita ermitaña

Comparte

SUSCRÍBETE A NUESTRO BLOG

SUSCRÍBETE A NUESTRO BOLETÍN Y RECIBE LAS ÚLTIMAS ENTRADAS EN TU CORREO

Al suscribirse aceptas nuestra política de privacidad
No hacemos spam