Los doce grados del silencio

Los doce grados del silencio es una de las obras de espiritualidad de sor Amada de Jesús (1839-1874), carmelita francesa que murió en olor de santidad con tan solo 35 años, y cuyos escritos espirituales han dejado huella hasta nuestros días.

Sor Amada, Dorothée Quoniam en el mundo, nos legó un interesante manuscrito, fruto de sus experiencias místicas y su paso por la noche oscura, que nos ilustra sobre los distintos “silencios” propios del camino hacia la santidad y basados, cómo no, en la espiritualidad que san Juan de la Cruz nos dejó en su Subida al Monte Carmelo.

 

1er Grado: Hablar poco a las criaturas y mucho a Dios

El primer paso es adentrarse en el espíritu de la oración, para ir creciendo poco a poco en la oración continua. Al verdadero amante de la oración, cada vez le atrae menos conversar con los hombres, para profundizar en un constante diálogo interior con su Amado.

 

2º Silencio en el trabajo, en los movimientos

Esto es lo que llamaríamos silencio de los sentidos exteriores: “silencio en el porte, silencio de los ojos, de los oídos, de la voz”, alejarnos del ruido y trabajar para conseguir el recogimiento de los sentidos.

 

3º Silencio de la imaginación

Nos dirigimos ahora a los sentidos interiores. La imaginación, aunque es difícil de controlar, con mucho esfuerzo de nuestra parte y con la gracia de Dios, podemos mantenerla bajo nuestro dominio.

Con su donaire habitual, animaba Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, a sus hijas a trabajar por mantener a raya la imaginación: “¡Oh hermanas, las que no podéis tener mucho discurso del entendimiento, ni podéis tener el pensamiento sin divertiros [distraeros]! Mirad que sé yo que podéis hacer esto, porque pasé muchos años por este trabajo de no poder sosegar el pensamiento en una cosa -y lo es muy grande- mas sé que no nos deja el Señor tan desiertos que, si llegamos con humildad a pedírselo, si en un año no pudiéramos salir con ello, sea en más. No nos duela el tiempo en cosa que tan bien se gasta.”  (Camino de Perfección 26, 2)

“También es gran remedio tomar un libro de romance [en castellano] bueno, aun para recoger el pensamiento para venir a rezar bien vocalmente, y poquito a poquito ir acostumbrando el alma con halagos y artificio para no la amedrentar” (ídem 26,9)

 

4º Silencio de la memoria

La purificación de la memoria, como enseña Nuestro Santo Padre, imprescindible para llegar a la unión con Dios: “Para que el alma se venga a unir con Dios en la esperanza, ha de renunciar toda posesión de la memoria, pues que para que la esperanza sea entera de Dios, nada ha de haber en la memoria que no sea Dios” (3 Subida 11, 1).

 

5º Silencio de las criaturas

“A menudo el alma, atenta a sí misma, se sorprende conversando interiormente con las criaturas, respondiendo en su nombre” El quinto grado, es el silencio de todo lo que no sea Dios, es decir, dejar de prestar atención a las criaturas, a todo lo que ocurre a nuestro alrededor.

 

6º Silencio del corazón

Es el silencio del corazón virgen, del corazón que ha consagrado todos sus afectos a Cristo Esposo. Citemos las mismas palabras de sor Amada:

“Silencio de los afectos, de las antipatías, silencio de los deseos en lo que tienen de demasiado ardiente, silencio del celo en lo que tiene de indiscreto; silencio del fervor en lo que tiene de exagerado; silencio hasta en los suspiros… Silencio del amor en lo que tiene de exaltado, no de esa exaltación de que Dios es autor, sino de aquella en que se mezcla la naturaleza. El silencio del amor, es el amor en el silencio…”

 

7º Silencio de la naturaleza, del amor propio

“Silencio a la vista de la propia corrupción, de la propia incapacidad. Silencio del alma que se complace en su bajeza. Silencio a las alabanzas, a la estima. Silencio ante los desprecios, las preferencias, las murmuraciones; es el silencio de la dulzura y de la humildad. Silencio de la naturaleza ante las alegrías o los placeres. […] Silencio de la naturaleza en la pena o en la contradicción. Silencio en los ayunos, en las vigilias, en las fatigas, en el frío y el calor. Silencio en la salud, en la enfermedad, en la privación de todas las cosas: es el silencio elocuente de la verdadera pobreza y de la penitencia; es el silencio tan amable de la muerte a todo lo creado y humano. Es el silencio del yo humano…”

 

8º Silencio del espíritu

Aquí el alma entra en la noche activa del espíritu, como enseña N. S. Padre. No sólo hemos de “quedarnos a oscuras” o en silencio -siguiendo la expresión de sor Amada- respecto a los bienes naturales o temporales, sino también respecto a los bienes espirituales. Cuando recibimos dones como el de la oración, el discernimiento o incluso gracias extraordinarias o gratis data como son el don de profecía, de sanación, de lenguas, etc. Debe, pues, el hombre gozarse, no en si tiene tales gracias y las ejercita, sino en servir con ello a Dios con verdadera caridad. Por eso reprendió Jesús a sus discípulos cuando ponían su gozo en echar demonios, y así les dijo: “Mas no os gocéis de esto, que los espíritus se os sujetan; antes gozaos de que vuestros nombres están escritos en el Cielo” (Lc 10, 20)

 

9º Silencio del juicio

Consiste en no juzgar al prójimo, no hacer ver contantemente nuestra opinión cuando no nos la piden, tener en baja estima nuestro parecer. “Nunca se entremeta a dar su parecer en todas las cosas, si no se lo piden o la caridad lo demanda” dice N. S. Madre en Avisos 16. Aun cuando el Señor nos conceda gracias en el entendimiento “el demonio sabe ingerir en el alma satisfacción de sí oculta, y a veces harto manifiestas” (Noche activa de espíritu 11, 5)

 

10º Silencio de la voluntad

Es la negación de la propia voluntad para conformarnos en todo a la de Dios, en donde radica la santidad. En las Fundaciones, N. S. Madre nos habla de la sublime y heroica virtud de la obediencia:

“Tiene el Señor en tanto este rendimiento, que ejercitándonos en esto, una vez deshaciéndonos, otra vez con mil batallas, pareciéndonos desatino lo que se juzga en nuestra causa, venimos a conformarnos con lo que nos mandan, con este ejercicio penoso; mas con pena o sin ella, en fin lo hacemos, y el Señor ayuda tanto de su parte, que por la misma causa que sujetamos nuestra voluntad y razón por Él, nos hace señores de ella. Entonces, siendo señores de nosotros mismos, nos podemos con perfección emplear en Dios, dándole la voluntad limpia para que la junte con la suya, pidiéndole que venga fuego del cielo que abrase este sacrificio”. (F 5, 12)

 

11º Silencio consigo mismo

“No hablarse interiormente, no escucharse, no quejarse ni consolarse. En una palabra, callarse consigo mismo, olvidarse a sí mismo, dejarse solo, completamente solo con Dios”.  Garrigou-Lagrange en su obra La Providencia y la confianza en Dios, citando a su vez a Santa Catalina de Siena, habla de la purificación de los adelantados en la vida espiritual o noche pasiva que diría N.S.P, diciendo que, una vez superado el amor propio sensitivo, queda todavía el amor propio espiritual. Cuando Dios nos retira sus consuelos o nos somete a pruebas como tentaciones o persecuciones, el alma «comienza a derramar lágrimas dulces y compasivas de sí misma, pero con una compasión espiritual de amor propio». Más adelante, sin embargo, «al crecer en la virtud, ejercítase en la luz del conocimiento de sí misma, concibe desagrado y odio perfecto de sí… doliéndose tan sólo de la ofensa a Dios y del daño del prójimo» 

 

12º Silencio con Dios

Así lo expresa sor Amada: “Al comienzo Dios decía al alma: “Habla poco a las creaturas y mucho conmigo”. Aquí le dice : “No me hables más”. El silencio con Dios es adherirse a Dios, presentarse y exponerse ante Dios, ofrecerse a El, aniquilarse ante El, adorarlo, amarlo, escucharlo, oírlo, descansar en El. Es el silencio de la eternidad, es la unión del alma con Dios”.

 

RM, carmelita ermitaña

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