San Juan de la Cruz nos legó una recia y segura Doctrina sobre la purificación del sentido y del espíritu como medio necesario para alcanzar la unión mística con Dios, lo que se conoce como Noche Oscura del alma. Basándose en el principio de no contradicción (no caben dos contrarios en un sujeto al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto) y puesto que Dios – el que Es – es contrario a toda criatura – lo que no es –, nuestro Santo nos demuestra la necesidad de vaciar las potencias de toda aprehensión natural, para que pueda ser llenada de lo sobrenatural: mientras el alma no quede vacía de toda criatura, no puede llenarse de Dios.
El ser humano tiene tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad. Pero estas potencias son en sí mismas un medio desproporcionado para alcanzar la unión con Dios; en necesario, por tanto, purificarlas, es decir, elevarlas a lo sobrenatural, por medio de las tres virtudes teologales. El entendimiento se purifica por la Fe, la memoria por la Esperanza y la voluntad por la Caridad.
“Conviene ir por este estilo desembarazando y vaciando y haciendo negar a las potencias su jurisdicción natural y operaciones, para que se dé lugar a que sean infundidas e ilustradas de lo sobrenatural, pues su capacidad no puede llegar a negocio tan alto, antes estorban” (III S 2,2)
Así como el entendimiento es la potencia por la cual entendemos; la memoria es la encargada de archivar esos conocimientos. Estos recuerdos son muy útiles para la práctica de nuestra ciencia, y también incluso para ejercitar virtudes como la prudencia, ya que esta se basa en experiencias pasadas (STh II-II, q. 49). No obstante, el alma, dañada por el pecado, tiende a apegarse y quedarse a veces como atada a ciertos recuerdos, bien remotos, bien cercanos, volviéndose esclava en mayor o menor medida de ellos.
Todos hemos experimentado la angustia que nos nace muchas veces al revivir recuerdos; las tentaciones que se avivan por recordar pecados antiguos o la vanagloria suscitada por la reminiscencia de halagos recibidos y otras vanidades del pasado. Igualmente, atenta contra el recogimiento de espíritu las innumerables noticias que recibimos a lo largo del día, sobre todo de nuestro entorno más inmediato: conversaciones, murmuraciones, habladurías y otros dichos y hechos de nuestros semejantes que sólo alimentan la insana curiosidad y nos llenan la imaginación de huecos y hasta dañinos pensamientos poniéndonos a menudo en ocasión de pecado.
Cuanto más llena tengamos la memoria de recuerdos terrenales, menos posible será sumergirse en los pensamientos divinos, que nos elevan por encima de la suciedad terrenal y nos conducen a la unión divina. La memoria debe estar ordenada a Dios y cimentada en la virtud de la esperanza. Es necesario, pues, que el alma se habitúe al vacío de otros recuerdo, que se desapegue de su pasado; pues el pasado no existe, como nos recuerda S. Agustín en sus Confesiones.
Así pues, como queda demostrado, en todo camino espiritual, para alcanzar el grado místico al que todos estamos llamados, forzosamente el alma ha de entrar en la noche oscura de las potencias. En este caso, nos centraremos en la memoria, la cual debe quedar vaciada de toda noticia natural. Con noticia natural, nos referimos a aquellas que entran por los cinco sentidos corporales o se pueden fabricar en la imaginación a partir de ellas. Puesto que Dios no tiene forma alguna, antes hemos de ir a Dios por la negación de lo que Él no es. Pero, ¿cómo hemos de hacer para purificar la memoria? Aunque es una gracia divina (porque no podemos superar lo natural con habilidad natural), sí podemos disponernos a ello:
“Tenga el espiritual esta cautela: en todas las cosas que oyere, viere, oliere, gustare o tocare, no haga archivo ni presa de ellas en la memoria, sino que las deje luego olvidar, y (lo) procure con la eficacia, si es menester, que otros acordarse; de manera que no le quede en la memoria alguna noticia ni figura de ellas”. (ibid. 2, 14)
Esto significa no detenernos en los recuerdos que en sí mismos son superficiales y, por ende, estériles para el alma, o que alimentan nuestras pasiones. Por ejemplo, la manera más eficaz de luchar contra el sentimiento de rencor, es no trayendo a la memoria el agravio recibido por el hermano. Asimismo, si lo que nos acosa es una tentación de apego afectivo, no es sensato fomentar recuerdos e imaginaciones que alimenten ese afecto desordenado.
Esta práctica ascética hace posible también una más fecunda oración cuando, silenciada la memoria de las innumerables imágenes y representaciones, se orientan nuestras potencias a sólo Dios. Es lo que los místicos nos enseñan sobre el “recogimiento de las potencias”. Ahora bien, se puede correr el riesgo de confundir este recogimiento de las potencias con dejar la mente en blanco al más puro estilo budista. Esta práctica oriental lo que busca es un vacío extra racional que consiste en suprimir la consciencia a base de puro esfuerzo humano, que parte de sí mismo y se orienta a sí mismo y que, en el peor de los casos, queda un vacío susceptible de ser invadido por el demonio.
No así en el proceder católico: la purificación parte de Dios, que con su gracia nos va renovando, y se orienta hacia Él. En el caso de la memoria, ésta niega toda aprehensión natural para ocuparse a la vez de Dios, que es el encargado de ir poseyéndola suave y delicadamente, sin entender el alma cómo:
Esta noche oscura es una influencia de Dios en el alma, que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender cómo. (Noche oscura 5,1)
Según Dios va concediendo al alma una oración más subida, se va ésta desprendiendo de formas y figuras de la imaginación. Así vemos cómo, en un momento determinado de su camino espiritual, si Dios así lo concede, el alma deja de fabricar un discurso en la oración para pasar a lo que el Santo Doctor llama oración de quietud. Más adelante, si el alma es fiel a la gracia divina, pasa al “sueño de las potencias” (Cuartas moradas), y después a la oración de unión, en la que queda suspendida totalmente la memoria, dejando incluso de sentir (pues sin imaginación no hay sentimiento). Por eso, cuando una persona entra en éxtasis no siente el dolor, porque sus potencias están suspendidas.
Otra de las características del santo que ha alcanzado este grado de unión con Dios, es que se olvida muchas veces de las cosas de este mundo, y aún de comer o de dormir, por tener la memoria absorta en Dios y vacía de toda noticia natural que, tal y como entra por los sentidos, no las retiene, sino que se desprende de ellas.
“Como Dios no tiene forma ni imagen que pueda ser comprehendida de la memoria, de aquí es que, cuando está unida con Dios, como también por experiencia se ve cada día, se queda sin forma y sin figura, perdida la imaginación, embebida la memoria en un sumo bien, en grande olvido, sin acuerdo de nada; porque aquella divina unión la vacía la fantasía y barre de todas las formas y noticias, y la sube a lo sobrenatural”. (IIIS 2,4)
Sin embargo, este proceso de purificación de la memoria no obra contra la naturaleza, destruyéndola o volviendo al sujeto como “atontado” o inútil para las cosas de esta vida. Esta especie de despiste que sufre el alma que queda como enajenada, es un paso intermedio en este proceso de purificación. Una vez que el alma ha alcanzado la unión divina, sus potencias ya se han transformado sobrenaturalmente, de tal manera que más bien obra más perfectamente que antes, pues que su memoria, antes natural y apegada a las cosas terrenas, pasa a estar sujeta a Dios. Y, así como el alma es una misma cosa con Dios, sus operaciones son también divinas, pasando Dios a poseerlas.
Por ejemplo, una persona en este estado de unión, sólo se acordará de encomendar en la oración a quien Dios le ponga en la memoria, pues así es Su Voluntad, mientras que no recordará otras cosas si el Espíritu Santo no le mueve a ello. Y si la obediencia le mandare algo, no es que se acuerde de lo que tiene que hacer, sino que, en el momento preciso, Dios le moverá a hacerlo. Incluso a veces, Dios les pone en la memoria algo que ellos no han aprehendido de manera natural por sus sentidos, como sucedía a los santos que “adivinaban” acontecimientos presentes o futuros de manera sobrenatural.
“Y de aquí es que las obras de las tales almas sólo son las que conviene y son razonables, y no las que no convienen; porque el Espíritu de Dios las hace saber lo que han de saber, e ignorar lo que conviene ignorar, y acordarse de lo que se han de acordar sin formas (o con formas) y olvidar lo que es de olvidar, y las hace amar lo que han de amar, y no amar lo que no es en Dios. Y así, todos los primeros movimientos de las potencias de las tales almas son divinos; y no hay que maravillar que los movimientos y operaciones de estas potencias sean divinos, pues están transformadas en ser divino.” (ibid. 2, 9)
Purificada, al fin, la memoria, se incrementa la esperanza, poniendo el alma enteramente su gozo en la bienaventuranza eterna, mirando a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
RM, carmelita ermitaña