«Varones fuertes»

 

Es bien conocido el carácter enérgico de Santa Teresa y su espiritualidad recia, que intentó transmitir en sus obras y que sus hijas procuramos imitar. En Camino de perfección, mientras instruye a sus monjas sobre la verdadera caridad, las amonesta a no ser amaneradas en su trato y a huir del sentimentalismo:

 

“Es muy de mujeres [el sentimentalismo] y no querría yo, hijas mías, lo fueseis en nada ni lo parecieseis, sino varones fuertes; que si ellas hacen lo que es en sí, el Señor las hará tan varoniles que espanten a los hombres”. (CV 7,8)

 

La varonilidad se identifica con la fortaleza, por ser esta una virtud más propia de los varones. De hecho, comparten la misma raíz latina: vir (varón) – virtus (fortaleza). Sin confundir esto con la pérdida de la feminidad – pues también hay una crisis de feminidad actual – igualmente deberíamos preocuparnos por la restauración de la virilidad en la mujer.

 

Ciertamente, la fortaleza en la mujer tiene un papel distinto que en el hombre: el hombre está hecho para proteger y para luchar. Sin embargo, “La mujer virtuosa es corona de su marido” (Pr 12,4) es decir, la mujer fuerte es la colaboración perfecta del varón fuerte, es su apoyo y su descanso. Así como en el varón es más importante la fortaleza, puesto que es cabeza y protector, una mujer débil a menudo echa a perder los logros del varón. Mientras que la mujer que cumple su función maternal, es decir, sostener y alimentar lo que la cabeza domina, puede llegar a conseguir grandes hazañas.

 

Ejemplo idóneo de esto lo vemos en Isabel y Fernando, los Reyes Católicos que, cimentando su reinado en la virtud, unieron fuerzas para hacer de España el bastión de la Cristiandad y llevar a cabo la gloriosa y magna obra de la Evangelización de América. La sierva de Dios, Isabel, que siempre actuó en sintonía con su esposo, tuvo un papel fundamental en la Historia gracias a su fortaleza de ánimo.

 

Tanto el hombre como la mujer están destinados a servir, aunque cada uno de una forma diferente. El hombre de puertas afuera, en el “campo de batalla”, sirviendo a la mujer, a la familia y, en último término, a la sociedad; la mujer de puertas adentro, sirviendo igualmente al varón, a la familia y constituyéndose en pilar de la sociedad. Al fin y al cabo, la función es la misma. Sin embargo, el feminismo, ha adoptado una postura satánica al proclamar “No serviam, no serviré más al hombre, ni a la familia; a partir de ahora me serviré a mí misma, buscando mi realización personal y mi placer” y eso, por lo visto, significa empoderarse.

 

En la Sagrada escritura encontramos numerosos modelos de mujer fuerte: Judith, Ester, la madre de los Macabeos, Débora, etc. Es la fortaleza infundida por el Espíritu Santo a quien confía en el Señor: Expecta Dominum, viriliter age: et confortetur cor tuum: Espera al Señor, obra virilmente: y que se fortalezca tu corazón. (Sal 26)

 

Más adelante, en el Libro de los Proverbios (31, 10-31) encontramos el llamado “alfabeto áureo”: un poema que constituye un acróstico del alfabeto hebreo y que se trata de un elogio a la mujer fuerte. Comienza así:

“Una mujer fuerte, ¿Quién podrá hallarla? Mucho mayor que de perlas es su precio”

 

La Iglesia toma este pasaje como lectura en el común de santas mujeres, pues es en ellas donde hallamos el modelo de la fortaleza femenina; primeramente, en las mártires, en las vírgenes, viudas y casadas; algunas reinas, otras esclavas; niñas, jóvenes o ancianas. El valor de estas mujeres es mayor que el de las perlas. Continúa el siguiente versículo:

 

Juana de Arco, óleo sobre lienzo de John Everett Millais

 

 

“Confía en ella el corazón de su marido, el cual no tiene necesidad de botín. Le hace siempre bien y nunca mal, todos los días de su vida”

 

Dichoso el hombre que encuentra una mujer virtuosa. La virtud de la mujer brilla especialmente por la honestidad y la bondad. Si se ha considerado siempre la liviandad una mayor deshonra y fealdad en las mujeres, es porque corruptio optimi pessima, es decir, la corrupción de lo mejor, es lo peor. La mujer tiene una especie de sacralidad, y lo sagrado se vela y se trata con un miramiento especial. Por eso, la mujer religiosa, si es infiel, además del pecado en sí, comete un acto de sacrilegio en razón de su consagración. De una manera similar, aunque en otro aspecto, toda mujer que no se reserva, sino que se expone (por ejemplo, en su forma de vestir) es como si estuviera regalando algo que es de gran precio, lo que conlleva que se profane y pierda su valor. Muchas mujeres han dado incluso su vida por preservar esta perla preciosa; algunas siendo aún niñas, como santa Inés, santa Eulalia o santa Filomena. Ellas nos han dejado un gran testimonio sobre la gran fortaleza que el Espíritu Santo infunde, aun en un cuerpo débil, haciéndolas capaces de afrontar la persecución, la tortura y la muerte más brutal. Santa María Goretti es una de ellas quien, no sólo resistió a las amenazas y se dejó apuñalar por amor a la virtud, sino que soportó valientemente ser intervenida sin anestesia y, aun con las vísceras fuera de su cuerpecito, declaró que ofrecía sus terribles dolores por la conversión de su verdugo, otorgándole su perdón.

 

“Busca lana y lino y trabaja con la destreza de sus manos. Es como navío de mercader, trae de lejos su pan. Se levanta antes que amanezca, para distribuir la comida a su casa, y la tarea a sus criadas. Pone la mira en un campo y lo compra; con el fruto de sus manos planta una viña”

 

Cuentan de Santa Teresa que, para no estar ociosa ni un instante, hilaba mientras recibía a las visitas en el locutorio. La mujer fuerte es trabajadora, no se cansa y madruga antes que los demás; es abnegada, por eso pone el fruto de sus manos en servicio de los de su casa. Así como es más propio del varón ser proveedor de la familia, es más propio de la mujer ser la administradora, y ayudar asimismo con su trabajo al sustento común.  La mujer fuerte no se mira a sí misma, no vive para sí, no usa sus ahorros en su propio provecho, sino que renuncia a sus caprichos en beneficio de su esposo e hijos, o en beneficio de los demás.

 

“Se ciñe de fortaleza, y arma de fuerza sus brazos. Ve gustosa las ricas ganancias; no se apaga su lámpara durante la noche. Aplica sus manos a la rueca; y sus dedos manejan el huso. No teme por su familia a causa de la nieve, pues todos los de su casa tienen vestidos forrados”

 

“No se apaga su lámpara durante la noche”: es propio de la mujer fuerte velar; solo descansa lo necesario para recobrar fuerzas, no es perezosa y está siempre atenta a los demás. Virtud especialmente femenina es percatarse con prontitud de las necesidades ajenas y ser solícita a remediarlas. Así lo vemos en la disposición de la Santísima Virgen en las bodas de Caná: vigilante, atenta y presta a ayudar.

 

“Abre su mano al pobre, y la alarga al mendigo”

 

A pesar de la prosperidad, no se deja llevar de la avaricia, tiene entrañas de misericordia y se apiada enseguida del pobre, pues sufre de ver el mal ajeno. Si es necesario, se quita ella para dar a los demás. No atesora para su propio adorno y coquetería, ni pierde el tiempo en acicalarse, sino que emplea sus ganancias en los que tiene a su cuidado. Santa Isabel de Hungría, reina, decidió vender todos sus bienes al quedar viuda para fundar hospitales y atender a los pobres. Cuando murió a los 24 años, solo poseía un austero hábito de terciaria franciscana.

 

“Labra ella alfombras de fino lino; y púrpura es su vestido”

 

Monseñor Straubinger comenta así este versículo: “Labra ella: ella misma, y no solamente sus criadas. Es decir que estas labores no están reñidas con la distinción de cualquier dama. La reina Isabel la Católica, la mujer más poderosa de su época, no se avergonzaba de coser y arreglar los trajes de su marido. Han cambiado los tiempos, pero no los principios, y mucho menos los principios que leemos en estos versos inspirados por el Espíritu Santo”.

 

“Fortaleza y gracia forman su traje, y está alegre ante el porvenir”

 

Se reviste de fortaleza ante las adversidades de la vida y así mantiene el rostro sereno y la alegría interior. En su lecho de muerte, Santa Teresita del Niño Jesús daba este consejo a una de sus hermanas que después sería priora: “Una madre priora siempre debería hacer pensar que ella está libre de toda pena. ¡Hace tanto bien y proporciona tanta fortaleza no hablar en absoluto de las propias penas! Por ejemplo, hay que evitar expresarse así: Tú tienes, sí, problemas y dificultades, pero yo tengo los mismos que tú y muchos más, etc.” (Novissima Verba 1.8.10) Una madre, por tanto, debe ser más que nadie, ejemplo de fortaleza. También Sta. Maravillas amonestaba dulcemente a una de sus hijas: “Si sus lágrimas son de contrición, muy bien, las apruebo; si no, sólo las ofensas de Dios son dignas de las lágrimas de una esposa suya” (B 3). Una mujer fuerte, pues, no llora ni se lamenta con facilidad.

 

“Abre su boca con sabiduría, y la ley del amor gobierna su lengua […] Engañosa es la belleza, y un soplo la hermosura. La mujer que teme al Señor, ésa es digna de alabanza.”

 

Principio de la sabiduría es el temor del Señor. Las Santas Doctoras de la Iglesia han adquirido esa sabiduría a través de una profunda vida de oración y de caridad, lo que verdaderamente engalana el alma y la embellece. La belleza exterior y la juventud pasan, pero finis venit, el fin llega y todo se acaba. Santa Brígida de Irlanda nos dejó un ejemplo de desprecio de las vanidades del mundo cuando pidió al Señor, como una gracia particular, que la librara de su gran belleza, ya que se veía constantemente importunada por numerosos pretendientes y presionada por sus padres para casarse. Al fin, sus súplicas fueron escuchadas, de manera que se le reventó un ojo y así, siendo rechazada por la deformidad de su rostro, se consagró felizmente a Dios.

 

“Vela sobre la conducta de su familia, y no come ociosa el pan. Álzanse sus hijos, y la llaman bendita. La ensalza también su marido”

 

“Vela sobre la conducta de su familia”: Santa Isabel de Portugal, por causa de la hostilidad en el seno de su familia, en una carta dirigida a su esposo, escribió: «Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los seguidores de su padre».

 

He aquí solo unos pocos de los muchos ejemplos de santas mujeres que encontramos a lo largo de la Historia. Mas el prototipo de mujer fuerte lo hallamos en María Santísima, Madre y Virgen, luchadora sin dejar de ser mansa, humilde pero animosa a la vez, alegre y serena, varonil sin dejar de ser femenina; virtuosa sin caer en el orgullo; fuerte sin ser rígida; trabajadora y hogareña; sacrificada hasta el extremo por amor a su Hijo, y que persevera en pie junto a la cruz sin titubeos. ¡Madre mía, siembra el mundo de mujeres fuertes dispuestas a combatir por la verdad y por la reconquista espiritual de los pueblos!

 

¡No haya ningún cobarde!

¡Aventuremos la vida!

Pues no hay quien mejor la guarde

 que el que la da por perdida.

Pues Jesús es nuestra guía,

y el premio de aquesta guerra.

Ya no durmáis, no durmáis,

 porque no hay paz en la tierra.

(Santa Teresa de Jesús)

Santa Catalina de Alejandría, de Giovanni Ricca

Comparte

SUSCRÍBETE A NUESTRO BLOG

SUSCRÍBETE A NUESTRO BOLETÍN Y RECIBE LAS ÚLTIMAS ENTRADAS EN TU CORREO

Al suscribirse aceptas nuestra política de privacidad
No hacemos spam