Contra el demonio

Después de las Cautelas contra el mundo, continúa San Juan de la Cruz sus consejos, esta vez para vencer las tentaciones que vienen directamente del demonio.

 

CONTRA EL DEMONIO

  1. De otras tres cautelas debe usar el que aspira a la perfección para librarse del demonio, su segundo enemigo. Para lo cual has de advertir que, entre las muchas astucias de que el demonio usa para engañar a los espirituales, la más ordinaria es engañarlos debajo de especie de bien y no debajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán. Y así siempre te has de recelar de lo que parece bueno, mayormente cuando no interviene obediencia. La sanidad de esto es el consejo de quien le debes tomar.

Primera cautela.

  1. Sea la primera cautela que jamás, fuera de lo que de orden estás obligado, te muevas a cosa, por buena que parezca y llena de caridad, ahora para ti, ahora para otro cualquiera de dentro y fuera de casa, sin orden de obediencia. Ganarás en esto mérito y seguridad: excusaste de propiedad y huyes el daño y daños que no sabes, que te pedirá Dios en su tiempo, y si esto no guardas en lo poco y en lo mucho, aunque más te parezca que aciertas, no podrás dejar de ser engañado del demonio o en poco o en mucho. Aunque no sea más que no regirte en todo por obediencia, ya yerras culpablemente, pues Dios más quiere obediencia que sacrificios (1 Re. 15, 22), y las acciones del religioso no son suyas, sino de la obediencia, y si las sacare de ella, se las pedirán como perdidas.

 

[La obediencia en la vida religiosa es tan crucial que dirá Santa Teresa que no ser obediente es no ser monja. Es el voto principal y sobre los que se asientan los demás. La razón de esto es porque el apego a nuestra propia voluntad es la tendencia más fuerte que tenemos y, por tanto, la más necesaria de corregir. Un seglar igualmente está obligado a obedecer, primero a la Ley de Dios, a la Iglesia, a la Jerarquía y a otros superiores según la condición de cada uno: a los padres, al director espiritual… Debemos tener siempre como norma sospechar de nuestro juicio y someter nuestra voluntad, como un medio eficaz de agradar a Dios.]

 

Segunda cautela

  1. La segunda cautela sea que jamás mires al prelado con menos ojos que a Dios, sea el prelado que fuere, pues le tienes en su lugar; y advierte que el demonio mete mucho aquí la mano. Mirando así al prelado es grande la ganancia y aprovechamiento, y sin esto grande la pérdida y el daño. Y así con grande vigilancia vela en que no mires en su condición, ni en su modo, ni en su traza, ni en otras maneras de proceder suyas; porque te harás tanto daño que vendrás a trocar la obediencia de divina en humana, moviéndote no te moviendo sólo por los modos que ves visibles en el prelado, y no por Dios invisible, a quien sirves en él. Y será tu obediencia vana o tanto más infructuosa cuanto más tú, por la adversa condición del prelado, te agravas o por la buena condición te aligeras. Porque dígote que mirar en estos modos a grande multitud de religiosos tiene arruinados en la perfección, y sus obediencias son de muy poco valor delante de los ojos de Dios, por haberlos ellos puesto en estas cosas acerca de la obediencia. Si esto no haces con fuerza, de manera que vengas a que no se te dé más que sea prelado uno que otro, por lo que a tu particular sentimiento toca, en ninguna manera podrás ser espiritual ni guardar bien tus votos.

[Aquí advierte el Santo Padre de los abusos en la obediencia que con frecuencia se infiltran, uno de ellos es que el motivo de la presteza en obedecer sea porque concuerda con mi opinión. Tampoco es sana la obediencia que anula el juicio: si uno en conciencia cree que debe advertir al superior, debe hacerlo; si éste insiste y lo mandado no atenta contra la Ley de Dios, ni la Tradición de la Iglesia ni la propia conciencia, entonces la responsabilidad es del superior. Pero si lo mandado atenta contra estas cosas o el superior no tiene potestad para ordenarlo, entonces se excusa de obedecer. En cualquier caso, debe quedar claro, que la responsabilidad del acto, en definitiva, es siempre del que obedece.]

 

Tercera cautela

  1. La tercera cautela, derechamente contra el demonio, es que de corazón procures siempre humillarte en la palabra y en la obra, holgándote del bien de los otros como del de ti mismo y queriendo que los antepongan a ti en todas las cosas, y esto con verdadero corazón. Y de esta manera vencerás en el bien el mal (Rm 12, 21), y echarás lejos el demonio y traerás alegría de corazón Y esto procura ejercitar más en los que menos te caen en gracia. Y sábete que, si así no lo ejercitas, no llegarás a la verdadera caridad ni aprovecharás en ella. Y seas siempre más amigo de ser enseñado de todos que querer enseñar aun al que es menos que todos.

[Nada mejor para alcanzar la humildad que pedirla al Señor. Ofrecemos a continuación las Letanías de la humildad que el Espíritu Santo inspiró a Merry del Val].

 

Las letanías de la humildad

Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón parecido al tuyo.
(Después de cada frase decir: Líbrame, Señor)Del deseo de ser alabado,
del deseo de ser honrado,
del deseo de ser aplaudido,
del deseo de ser preferido a otros,
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aceptado,
del temor a ser humillado,
del temor a ser despreciado,
del temor a ser reprendido,
del temor a ser calumniado,
del temor a ser olvidado,
del temor a ser ridiculizado,
del temor a ser injuriado,
del temor a ser rechazado,
(Antes de cada frase decir: Concédeme, Señor, el deseo de…)
que otros sean más amados que yo,
que otros sean más estimados que yo,
que otros crezcan susciten mejor opinión de la gente y yo disminuya,
que otros sean alabados y de mí no se haga caso,
que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,
que otros sean preferidos a mí en todo,
que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda.
De ser desconocido y pobre, Señor, me alegraré,
De estar desprovisto de perfecciones naturales de cuerpo y de espíritu.
… que no se piense en mí,
que se me ocupe en los empleos más bajos,
que ni se dignen usarme,
que no se me pida mi opinión,
que se me deje el último lugar,
que no me hagan cumplidos,
que me reprueben a tiempo y a destiempo,
bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia,
porque suyo es el Reino de los Cielos.

Oración

Dios mío, no soy más que polvo y ceniza. Reprime los movimientos de orgullo que se elevan en mi alma. Enséñame a despreciarme a mí mismo, Vos que resistís a los soberbios y que dais vuestra gracia a los humildes. Por Jesús, manso y humilde de Corazón. Amén.

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