Contra el mundo

De entre las sublimes obras de San Juan de la Cruz, destaca por su brevedad y contundencia las llamadas Cautelas, una serie de avisos y exhortaciones para combatir los tres enemigos del alma – mundo, demonio y carne – y alcanzar la perfección en la caridad. Este escrito es de por sí tan sublime y escueto, que nos ha parecido mejor reproducirlo tal cual, añadiendo algunas glosas de nuestra propia cosecha. Las palabras en negrita también son nuestras.

 

Aunque estos avisos están dirigidos a religiosos y almas consagradas, pueden muy bien aplicarse, a su modo, a cualquier cristiano que desee sinceramente la santidad. No se inquiete el lector por la severidad de este escrito; Nuestro Santo Padre, como buen maestro espiritual, emplea siempre una doctrina muy exigente (como el mismo Evangelio) con palabras aparentemente duras, porque es sabido que, tendiendo siempre nuestras pobres almas al barro, es conveniente ponernos el listón muy alto para que, al menos, nos quedemos a la mitad; mejor que exigirnos poco y cumplir menos. Así pues, la obra que aquí presentamos no es apta para todos los públicos. Absténganse los que buscan un cristianismo cómodo o sentimental o que pretende arrodillarse ante el mundo. La siguiente obra está destinada para unos pocos, para los que no les incomoda el rigor evangélico ni les asustan las palabras fuertes, para ánimos valerosos y pechos generosos.

 

CAUTELAS

 

El alma que quiere llegar en breve al santo recogimiento, silencio espiritual, desnudez y pobreza de espíritu, donde se goza el pacífico refrigerio del Espíritu Santo, y se alcanza unidad con Dios, y librarse de los impedimentos de toda criatura de este mundo, y defenderse de las astucias y engaños del demonio, y libertarse de sí mismo, tiene necesidad de ejercitar los documentos siguientes, advirtiendo que todos los daños que el alma recibe nacen de los enemigos ya dichos, que son: mundo, demonio y carne.

El mundo es el enemigo menos dificultoso, el demonio es más oscuro de entender; pero la carne es más tenaz que todos, y duran sus acometimientos mientras dura el hombre viejo.

Para vencer a uno de estos enemigos es menester vencerlos a todos tres; y enflaquecido uno, se enflaquecen los otros dos, y vencidos todos tres, no le queda al alma más guerra.

 

CONTRA EL MUNDO

Para librarte perfectamente del daño que te puede hacer el mundo, has de usar de tres cautelas.

 

1.Primera cautela.

La primera es que acerca de todas las personas tengas igualdad de amor e igualdad de olvido, ahora sean deudos [familiares] ahora no, quitando el corazón de éstos tanto como de aquéllos y aun en alguna manera más de parientes, por el temor de que la carne y sangre no se avive con el amor natural que entre los deudos siempre vive, el cual conviene mortificar para la perfección espiritual. Tenlos todos como por extraños, y de esa manera cumples mejor con ellos que poniendo la afición que debes a Dios en ellos.

 

[Esta cautela hace referencia al desapego del corazón. El religioso, cuando deja a su padre y a su madre para entrar en religión, debe despegarse de ellos para entregarse enteramente a Dios. A eso se refiere Jesús cuando dice: “Si alguno viene a mí, y no odia a su padre y a su madre, a su mujer, sus hijos y hermanos y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14,26).

Ese odiar del que habla Jesús, o tenerlos por extraños, como dice Ntro. Sto. Padre, no consiste en guardar sentimientos de odio, ni mucho menos faltar a la caridad, sino  comportarse como si nos fueran extraños o como si no tuvieran nada que ver con nosotros; sobre todo cuando los lazos de familia o amigos son un obstáculo para cumplir la Voluntad de Dios. Así lo vemos en innumerables santos que no titubearon en desobedecer a sus padres, huir de la casa paterna o incluso enfrentarse a ellos por causa de Dios. Pero en nada contradice esta cautela con tener un amor extremo, si bien ordenado, tanto a la familia como a cualquier amistad.]

 

No ames a una persona más que a otra, que errarás; porque aquel es digno de más amor que Dios ama más, y no sabes tú a cuál ama Dios más. Pero olvidándolos tú igualmente a todos, según te conviene para el santo recogimiento, te librarás del yerro de más y menos en ellos.

No pienses nada de ellos, no trates nada de ellos, ni bienes ni males, y huye de ellos cuanto buenamente pudieres, y si esto no guardas, no sabrás ser religioso, ni podrás llegar al santo recogimiento ni librarte de las imperfecciones. Y si en esto te quisieres dar alguna licencia, o en uno o en otro te engañará el demonio, o tú a ti mismo, con algún color de bien o de mal.

En hacer esto hay seguridad, y de otra manera no te podrás librar de las imperfecciones y daños que saca el alma de las criaturas.

 

[Muchas veces cometemos injusticias por dejarnos llevar de simpatías o antipatías; por eso, el amar a todos por igual es un deber en cuanto al trato se refiere. Evidentemente, es imposible sentir el mismo afecto por todos, pero sí es posible tratar a todos con la misma caridad. Esto es especialmente importante en las Comunidades religiosas.

Por otra parte, también nos exhorta N. Sto. Padre  a no entrometernos en la vida de los demás, dando lugar a malos entendidos, juicios temerarios, etc. El huir de ellos, hace referencia a esta santa libertad.]

 

2. Segunda cautela.

 

La segunda cautela contra el mundo es acerca de los bienes temporales; en lo cual es menester, para librarse de veras de los daños de este género y templar la demasía del apetito, aborrecer toda manera de poseer y ningún cuidado le dejes tener acerca de ello: no de comida, no de vestido ni de otra cosa criada, ni del día de mañana, empleando ese cuidado en otra cosa más alta, que es en buscar el reino de Dios, esto es, en no faltar a Dios; que lo demás, como Su Majestad dice, nos será añadido (Mt. 6, 33), pues no ha de olvidarse de ti el que tiene cuidado de las bestias. Con esto adquirirás silencio y paz en los sentidos.

 

[La verdadera paz se alcanza cuando nos abandonamos en las manos de Dios con plena confianza en su divina Providencia. Como el niño pequeño, libres de preocupaciones. Cuanto más poseamos, más se aumentan nuestras inquietudes, lo que estorba al alma para entregarse del todo a Él. Todos estamos llamados a realizar este desprendimiento de los bienes temporales: los seglares afectivamente, es decir, evitando poner la confianza y la seguridad en ellos. Los religiosos, por su parte, afectiva y efectivamente, no sólo evitando el apego, sino evitando en efecto, la posesión de ellos, para así dejar el alma libre de las preocupaciones de esta vida.]

 

3. Tercera cautela.

 

La tercera cautela es muy necesaria para que te sepas guardar en el convento de todo daño acerca de los religiosos; la cual, por no la tener muchos, no solamente perdieron la paz y bien de su alma, pero vinieron y vienen ordinariamente a dar en grandes males y pecados. Esta es que guardes con toda guarda de poner el pensamiento y menos la palabra en lo que pasa en la comunidad; qué sea o haya sido ni de algún religioso en particular, no de su condición, no de su trato, no de sus cosas, aunque más graves sean, ni con color de celo ni de remedio, sino a quien de derecho conviene, decirlo a su tiempo; y jamás te escandalices ni maravilles de cosas que veas ni entiendas, procurando tú guardar tu alma en el olvido de todo aquello.

Porque si quieres mirar en algo, aunque vivas entre ángeles, te parecerán muchas cosas no bien, por no entender tú la sustancia de ellas. Para lo cual toma ejemplo en la mujer de Lot (Gn 19, 26) que, porque se alteró en la perdición de los sodomitas volviendo la cabeza a mirar atrás, la castigó el Señor volviéndola en estatua y piedra de sal. Para que entiendas que, aunque vivas entre demonios, quiere Dios que de tal manera vivas entre ellos que ni vuelvas la cabeza del pensamiento a sus cosas, sino que las dejes totalmente, procurando tú traer tu alma pura y entera en Dios, sin que un pensamiento de eso ni de esotro te lo estorbe.

Y para esto ten por averiguado que en los conventos y comunidades nunca ha de faltar algo en qué tropezar, pues nunca faltan demonios que procuren derribar los santos, y Dios lo permite para ejercitarlos y probarlos.

Y si tú no te guardas, como está dicho, como si no estuvieses en casa, no sabrás ser religioso, aunque más hagas, ni llegar a la santa desnudez y recogimiento, ni librarte de los daños que hay en esto; porque no lo haciendo así, aunque más buen fin y celo lleves, en uno en otro te cogerá el demonio y harto cogido estás cuando ya das lugar a distraer el alma en algo de ello; y acuérdate de lo que dice el apóstol Santiago: Si alguno piensa que es religioso no refrenando su lengua, la religión de éste vana es (1, 26). Lo cual se entiende no menos de la lengua interior que de la exterior.

 

[Quien conozca la doctrina de San Juan de la Cruz, este “olvido de todo lo creado” le sonará familiar. Mucho tiene que ver esta cautela con la Purificación de la memoria, de la que ya hablamos en otro lugar y cuyo fruto es el perfecto recogimiento]

 

Hasta aquí las Cautelas contra el mundo. Dejaremos para otras entradas las dos siguientes: contra el demonio y contra sí mismo.

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