Contra sí mismo

Tras haber meditado las cautelas que San Juan de la Cruz nos ofrece para defendernos del mundo y del demonio, llegamos ahora a la tercera y última, quizá la más exigente de todas: aquella que nos enfrenta con el adversario más cercano y constante, nosotros mismos. Porque, como recuerda el Evangelio, “los enemigos del hombre son los de su propia casa” (Mt 10,36). Sin embargo, lejos de ser una condena, esta cautela se convierte en la gran oportunidad de liberarnos de aquello que nos ata por dentro y de abrir paso a la obra de Dios en el alma. Es, en definitiva, la batalla más íntima, pero también la más fecunda.

 

CONTRA SÍ MISMO Y SAGACIDAD DE SU SENSUALIDAD

 

  1. De otras tres cautelas ha de usar el que se ha de vencer a sí mismo y su sensualidad, su tercer enemigo.

 

Primera cautela

 

  1. La primera cautela sea que entiendas que no has venido al convento sino a que todos te labren y ejerciten. Y así, para librarte de todas las turbaciones e imperfecciones se te pueden ofrecer acerca de las condiciones y trato de los religiosos y sacar provecho de todo acaecimiento, conviene que pienses que todos son oficiales que están en el convento para ejercitarte, como a la verdad lo son, y que unos te han de labrar de palabra, otros de obra, otros de pensamientos contra ti, y que en todo esto tú has de estar sujeto, como la imagen lo está ya al que la labra, ya al que la pinta, ya al que la dora. Y si esto no guardas, no sabrás vencer tu sensualidad y sentimientos, ni sabrás haberte bien en el convento con los religiosos, ni alcanzarás la santa paz, ni te librarás de muchos tropiezos y males

 

[Esta primera cautela nos invita a sobrellevar con paciencia y humildad todas las mortificaciones que nos llegan a través del prójimo. Siguiendo el consejo del Santo Padre, hemos de mirar a quienes nos hieren o contradicen como a “oficiales enviados para labrarnos”, instrumentos de Dios para nuestra purificación interior. Bajo esta luz, las ofensas ya no se contemplan como injusticias insoportables, sino como ocasiones de gracia. Así lo entendió el rey David cuando permitió que aquel benjaminita le insultara públicamente: “Dejadle que siga maldiciendo; porque se lo ha mandado el Señor. Quizás el Señor mirará mi aflicción y me dará bienes en lugar de las maldiciones de hoy” (2 Sam 16, 5-14).]

 

Segunda cautela

 

  1. La segunda cautela es que jamás dejes de hacer las obras por la falta de gusto o sabor que en ellas hallares, si conviene al servicio de Dios que ellas se hagan. Ni las hagas por solo el sabor y gusto que te dieren sino conviene hacerlas tanto como las desabridas, porque sin esto es imposible que ganes constancia y que venzas tu flaqueza.

 

[La constancia, hija de la virtud de la Fortaleza, es esa firmeza del ánimo que sostiene al hombre frente a las dificultades que intentan apartarlo de las buenas obras. Dichas dificultades pueden presentarse desde fuera —persecuciones, obstáculos, incomprensiones— o desde dentro, en forma de pereza, desgana o repugnancia interior. Es a estas últimas a las que se refiere aquí san Juan de la Cruz, pues nos hallamos en el terreno de la lucha contra uno mismo. Permanecer firmes en el bien obrar, cumplir en cada momento el deber que nos corresponde aunque falte el gusto o se oponga la sensibilidad, constituye uno de los caminos más seguros y eficaces para alcanzar el verdadero dominio de sí.]

 

Tercera cautela

 

  1. La tercera cautela sea que nunca en los ejercicios el varón espiritual ha de poner los ojos en lo sabroso de ellos para asirse de ello y por sólo aquello hacer los tales ejercicios, ni ha de huir lo amargo de ellos, antes ha de buscar lo desabrido y trabajoso de ellos y abrazarlo, con lo cual se pone freno a la sensualidad. Porque de otra manera, ni perderás el amor propio ni ganarás amor de Dios.

 

[Damos un paso más en el camino espiritual, no limitándonos a vencer la falta de apetito, sino buscando deliberadamente aquello que resulta más desagradable a nuestra naturaleza. Este consejo, repetido con frecuencia por San Juan de la Cruz, se presenta como un remedio eficaz contra la tendencia sensual que todos llevamos dentro. En efecto, el cuerpo, cuanto más se le concede, más reclama. Por eso los Padres del Desierto enseñaban a tratarlo con cierta disciplina, evitando concederle satisfacciones plenas. Ponían ejemplos muy concretos: cuando la sed es intensa, conviene beber lo necesario, pero interrumpir antes de quedar completamente saciado; de igual modo con la comida, levantarse de la mesa cuando aún queda un ligero margen de apetito. De esta manera, se mantiene la carne bajo dominio del espíritu y se le priva de esa costumbre nociva de buscar siempre el exceso. Así, lo corporal no esclaviza al alma, sino que, educado y moderado, se convierte en instrumento dócil al servicio de Dios.]

 

Con esta tercera cautela se completa el itinerario que San Juan de la Cruz nos propone para guardar el corazón en pureza y libertad. Tras aprender a desoír al mundo y a resistir al demonio, descubrimos que la victoria más decisiva se libra dentro de nosotros mismos. Y sólo quien se vence en lo interior puede decir, con verdad, que toda su vida pertenece a Dios. Así, las cautelas no son simples advertencias ascéticas, sino caminos de libertad que conducen al alma a unirse más plenamente con Aquel para quien ha sido creada.

 

RM, carmelita ermitaña

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