La dieta de San Jerónimo

Una de las prácticas cristianas más aconsejadas por los Padres de la Iglesia es el ayuno. El ayuno tiene, por una parte, un sentido de propiciación y expiación por los pecados, así lo expresa San Agustín en su breve opúsculo De utilitate ieiunii: “yo sufro para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura”. 

Pero también es un ejercicio de ascetismo que nos ayuda a dominar las tendencias carnales frente a las espirituales. Así, el mismo Santo toma la imagen de un jumento (la propia carne) que conduce al alma hacia la Jerusalén celeste pero que, a veces, el jumento se aparta del camino y nos arroja fuera, “pues mi camino es Cristo; ¿no voy a reprimir con el ayuno al que va encabritado?”.

Si nos preguntamos hasta qué punto la carne influye en el espíritu y, por tanto, qué relación guarda el ayuno con la ganancia espiritual, encontramos que ya los pensadores de la antigüedad habían descubierto el influjo carnal sobre el alma. Así, Aristóteles en la Ética Nicomáquea, explica que el deleite carnal embota el entendimiento (Ethic IV); y Terencio, en su comedia Eunuchus, recoge la célebre frase: “Sin Ceres ni Baco, Venus está fría”.

Es bien sabido, pues, que la gula y la lujuria están estrechamente relacionados, por tratarse ambos vicios del placer carnal, y que éste arrastra al alma a los deleites pecaminosos. Así lo resume Santa Teresa: “El cuerpo engorda, el alma enflaquece” (Meditaciones sobre los Cantares 2, 15). Benedicto XVI, por su parte, explica que “Sexualidad y alimentación son los elementos centrales de la dimensión física del hombre: hoy, a una menor comprensión de la virginidad corresponde una menor comprensión del ayuno […] Ser vírgenes y saber practicar periódicamente el ayuno, es atestiguar que la vida eterna nos espera […] Sin virginidad y sin ayuno, la Iglesia no es ya Iglesia”. (Informe sobre la fe)

La costumbre de abstenerse de la carne nace entonces de este razonamiento. Explica Santo Tomás que la carne de los animales, así como los lácteos y los huevos de las aves, por ser alimentos que más se asemejan al cuerpo humano y los que más sacian, encienden más la lujuria; también la carne suele ser más agradable al gusto y excita más la gula (S Th q.147 a.8). Por ser esto lo más habitual, es por lo que la Iglesia estableció la abstinencia de carne. 

Algunos santos Padres alcanzaron un gran conocimiento respecto al hábito de la comida por su larga experiencia ascética y por su sabiduría. Así, San Jerónimo, en diversas cartas, nos deja algunos consejos sobre la alimentación y el ayuno, ofreciendo una auténtica dieta a sus hijos espirituales.

Una de sus recomendaciones tiene que ver con la temperatura corporal. Sostiene San Jerónimo, basándose en los estudios de Galieno y otros afamados médicos, que los jóvenes tienen la sangre caliente y por eso están ya predispuestos a los excesos. Así pues, les conviene abstenerse del vino, que aumenta el calor, y alimentarse sobre todo de comidas frías:

“Al decir esto no pretendo condenar los alimentos que Dios creó para que los tomemos en acción de gracias; lo que afirmo es que son incentivo de pasiones tanto para mozos como para mozas. Ni los fuegos del Etna, ni de la tierra de Vulcano, ni el Vesubio, ni el Olimpo calientan con tanto ardor como las médulas juveniles llenas de vino e inflamadas por la comida”. “Adopta por bebida el agua, que por naturaleza es muy fría […] Luego, en las comidas, evita todo lo caliente. […] y has de saber que nada conviene tanto a los jóvenes cristianos como un régimen de verduras […] Pues el ardor del cuerpo ha de moderarse con alimentos más fríos” (Ep. 54, 9-10)

 

Por otra parte, hace una fulminante condena también a las comidas indigestas, especialmente a algunas legumbres, pues la pesadez de estómago puede llegar a ser impedimento para la diligencia. Según el Santo, algunos sucumben en su vida casta a mitad del camino 

“porque se imaginan que la única abstinencia es la de las carnes, y cargan el estómago de legumbres”“Hay que evitar las que inflaman y dan pesadez”. “Y si he de decir lo que siento, nada inflama tanto los cuerpos y excita los miembros de la generación como la comida indigesta y el eructo convulso”. (Íbidem 11)

 

Por tanto, según la dieta de San Jerónimo, habría que abstenerse de carnes y moderarse con las legumbres, pero lo que sí tiene cabida, ocasionalmente, es el pescado. Así se lo resume a su amigo Paulino de Nola:

“Que tu refección sea pobre y tomada por la tarde, a base de hortalizas y legumbres; de cuando en cuando, unos pececillos…” (Ep 58, 6)

 

En cuanto al lujo de los alimentos, San Jerónimo deja claro que los ayunos han de ser “puros, castos, sencillos y moderados” y no buscar para suplir a la carne, otras comidas exquisitas, como las que podían ser en su tiempo:

“¿Qué aprovecha abstenerse de aceite y andar buscando alimentos difíciles y complicados? […] He oído que algunos no beben agua ni comen pan, sino que toman infusiones delicadas, purés de verduras y jugo de acelgas. […] Es más, aún buscamos fama de abstinentes en medio de estos refinamientos. El ayuno más duro es el de pan y agua; pero como con él no se adquiere fama, pues todos consumimos pan y agua como cosa habitual, no se tiene por ayuno” (Ep 52, 12).

 

Sin embargo, no conviene perder de vista el objeto de esta práctica, que es el provecho del alma y, por tanto, hay que tener cuidado con los excesos. De forma paternal, San Jerónimo advierte así a una de sus hijas espirituales:

“No te mando ayunos exagerados y una abstinencia de comida fuera de toda norma. Con ello se quebrantan los cuerpos delicados y empiezan a enfermar antes de haber echado los fundamentos de una vida santa.”. “Basta que, quebrantado el apetito del cuerpo, no omitas nada de lo que debes en la lección, en los salmos y en las vigilias. El ayuno no es virtud acabada, sino fundamento de las demás virtudes”. (Ep. 130, 11)

 

Con su habitual sentido del humor, nuestro Santo zanja el asunto de la comida, tanto de la parquedad como de la pobreza de los alimentos, con esta jocosa sentencia:

“El que desea a Cristo y se alimenta de ese pan, no se preocupa mucho de si sus excrementos están hechos de manjares caros” (Ep. 58, 6)

 

 

RM, carmelita ermitaña

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