La Goretti de Navarra

Corpus Solá y Valencia, así se llamaba la joven de apenas 17 años que fue martirizada por preservar su pureza, ante los halagos primero y amenazas después, que su paisano le profería para mancillarla.

Esta chica, asesinada un día de primavera de 1943 en su ciudad natal, Olite, había descubierto la “perla preciosa” de la virginidad y, es por eso que, al consagrarse a la Sma. Virgen, le repetía esta jaculatoria “virgen, Madre, siempre virgen. Y por ser virgen, ser mártir”.

Tal vez Corpus invocaba su deseo de martirio metafóricamente, pues la virginidad ofrecida a Dios es un tipo de martirio: es morir a los placeres desordenados, pero y aun a los ordenados y lícitos, para elevarnos en cuerpo y alma a las cosas más santas, para imitar a los ángeles ya en la tierra, para mantener la blancura y sencillez de nuestros afectos más íntimos y reservarlos al único Amante que los merece. Pero tal vez, Dios puso en su corazón esta audaz consigna para irle preparando poco a poco a convertirse en una “heroína de la castidad”, como algunos la han denominado después.

Ella, de natural tímido y reservado, cobró una inusual bizarría para enfrentarse a un joven amigo suyo cuando éste la incitaba a que se entregase a él. Corpus estaba en la flor de la edad, era de buena apariencia y su carácter callado y reflexivo le daba un aire de madurez. Estaba en esa edad en la que las jóvenes sueñan con ser amadas, cogidas de la mano por un muchacho guapo y simpático, esa edad en la que con sorprendente rapidez se dejan fascinar por el atractivo de los jóvenes que, a su vez, beben los vientos por encontrar una novia a la que deslumbrar.

Pero Corpus no era como las demás, no buscaba ser deseada de los hombres. Ella pertenecía a la Virgen, amaba la sencillez y modestia en el vestir y buscaba la compañía de sus amigas a quienes confiaba sus secretos. Por eso se sintió incómoda cuando aquel 31 de marzo, su vecino y amigo desde la infancia, le pidió a su madre permiso para que le acompañase al campo a pasar el día, a solas los dos, lejos de las miradas de todos.

Por tratarse de alguien de confianza, su madre accedió. Quizá hasta con alegría accedió. Quizá, con esa redoblada intuición femenina que las madres tienen, se había percatado de que aquel joven andaba enamorado de su hija y le pareció una buena idea dejarlos volar juntos, para dar rienda suelta a la pasión del amor.

Pero aquella pasión terminó bañada en sangre. Porque cuando el muchacho se vio rechazado por Corpus, que ni un beso le admitió, su orgullo frustrado le hizo perder la cabeza y sus carantoñas se tornaron en exigencias. Ella echó a correr, pero él la alcanzó y forcejearon. Ávido como estaba de vengar su humillación, comenzó a golpearla con una piedra en la cabeza y, ante los gritos de ella, por miedo a ser descubierto, cogió su azada y la remató, dejando el cuerpo en un charco de sangre que manaba a borbotones de la cabeza.

Al día siguiente, su cadáver fue descubierto en una acequia por unos labradores, dejando la ciudad consternada por el suceso. Por las muchas heridas y contusiones de su cuerpo, se pudo adivinar cuánto debió de sufrir la muchacha y con qué valor resistió hasta el final.

“Siempre virgen, y por ser virgen, ser mártir”. ¡Corpus, mártir de la pureza, haznos comprender el valor de la castidad por amor a Cristo! ¡Antes morir que perderla!

 

Vicit per pudicitiam

lascivӕ carnis vitium;

sprevit mundi blanditiam

Christi sequens vestigium.

 

(Trad. Propia: Venció con su pureza

el vicio de la carne lasciva;

despreció los halagos del mundo

por seguir las huellas de Cristo.)

(Dulci depromat carmine, Himno a Sta. Eulalia)

 

RM, carmelita ermitaña

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