La sangrienta calle de Madrid

 

Recoge Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, una interesante historia que da nombre a la madrileña calle de “La Cabeza”, en el barrio de Lavapiés. Una historia que, a la par que curiosa, resulta al final edificante, tanto más si se considera que fue un hecho real, acaecido, según los historiadores, en el siglo XVI.

 Siendo Galdós un escritor genial y, en nuestra opinión, el más talentoso literato español después de Cervantes, no parece de recibo sino trascribir sus mismas palabras. He aquí el relato galdosiano:

 

 “Vulgarmente se cree que en la calle de la Cabeza no ha pasado nunca nada digno de contarse. Por el contrario, es una calle trágica, quizás la más trágica de Madrid. La tradición que le da nombre, y que no carece de mérito en lo que tiene de fantasía, es como sigue: Vivía por aquellos barrios un cura medianamente rico. Su criado, por robarle, le asesinó, cortándole ferozmente la cabeza, y con todo el dinero que pudo encontrar huyó a Portugal. No fue posible descubrir al autor del crimen, y enterrado el clérigo, bien pronto su desastroso fin quedó olvidado. Pero el asesino, después de haberse dado muy buena vida en Portugal durante muchos años, volvió a Madrid hecho un caballero, aunque no tanto que olvidase su primitiva condición de criado. Solía ir él mismo al Rastro todas las mañanas a hacer su compra, y un día adquirió una cabeza de carnero. Llevábala bajo la capa, y como chorreaba mucha sangre, que iba dejando rastro en el suelo, fue detenido por un alguacil, que le mandó mostrar lo que oculto llevaba. ¡Horrible espectáculo! Al echar a un lado el embozo, el criado alargó en la derecha mano la cabeza del sacerdote a quien le diera muerte.

       ¡Milagro, milagro! Este fue el grito general. Confesó todo el asesino y le llevaron a la horca, acompañado de la cabeza del sacerdote que había sido de carnero, y cuya vista horrorizaba y edificaba juntamente al pueblo. Murió, según dicen, con grandísima devoción y arrepentimiento, y hasta que no entregó su alma a Dios, no recobró la testa del cura su primitiva forma carneril. Felipe III, que a la sazón nos gobernaba, mandó labrar en piedra una cabeza que se puso en la casa del crimen para memoria de aquel estupendo suceso.”

 

Pero los acontecimientos sangrientos no terminaron ahí.  Esta calle cobró una importancia siniestra a lo largo del siglo XIX. Primeramente estableció en ella Fernando VII la Cárcel de la Corona al finalizar la Guerra de la Independencia, donde fueron condenados los afrancesados o partidarios del liberalismo.

 

Más tarde, vueltas las tornas, durante el Trienio Liberal, fue asesinado brutalmente otro clérigo, esta vez el famoso Cura de Tamajón, Matías Vinuesa, acusado de conspirar contra el Gobierno.

 

            En una época de grandes pasiones políticas, este sacerdote, íntimo del rey, fue hecho preso a principios de 1821. Después de repetidas vejaciones e insultos, (entre otros, pintaban monigotes ahorcados con su nombre a la puerta de la cárcel) finalmente, fue sentenciado a diez años de prisión.

 

            El fallo de los jueces moderados, no gustó a los más exaltados de Madrid que, en protesta por tan blanda sentencia, iniciaron una revuelta y, conchabados con la Milicia Nacional, que les permitieron entrar en la cárcel sin ofrecer resistencia, penetraron en la celda del desdichado sacerdote y le asesinaron a martillazos “en nombre de la libertad”.

 

RM, carmelitas ermitañas

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