«No siento nada en la oración»

De la misma manera que decimos que poco o nada tiene que ver el amor verdadero con el enamoramiento sentimental o, al menos, este es un etapa inicial que debe ir madurando, así el amor a Dios debe perfeccionarse pasando de la búsqueda del gusto en la oración a buscar a Dios mismo, a Dios desnudo, en la cruz, con o sin consuelo, como Él quiera y cuando Él quiera.

Que no te engañen, la oración es un ejercicio trabajoso y difícil, cuyos grados se tardan toda una vida en ir adquiriendo. Queremos que Dios nos conceda todo lo que pedimos y lo antes posible, pero desoímos su consejo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame”. (Mc 8, 34)

Dice San Juan de la Cruz comentando este pasaje, que algunos “se contentan con ejercitarse en las virtudes y continuar la oración y seguir la mortificación, mas no llegan a la desnudez y pureza espiritual […] en ofreciéndoseles algo de esto (sequedad, sinsabor, trabajo) huyen de ello como de la muerte y solo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas de Dios”. (2 S, 7)

La primera disposición que debemos tener para empezar el camino de la oración es la pureza de intención. El que ama de veras a Dios, se acerca a Él, antes que todo, simplemente porque le ama; como cuando deseamos la compañía de un ser querido no por lo que nos pueda aprovechar, sino por gozar de él mismo.

Cuando el Santo habla del “anihilamiento”, se refiere a morir a nuestros gustos y estos los buscamos de diferentes maneras, como el gusto sensitivo y el racional. El racional, porque queremos acapararlo todo con nuestra razón y nos frustramos cuando no logramos entender por qué hace Dios tal o cual cosa, algo que nos humilla mucho. Así pues, la purificación del entendimiento comienza por renunciar a nuestro afán de querer controlarlo todo. La fe es un hábito del alma cierto y oscuro y es por eso que el alma ha de quedarse a oscuras. Si bien es necesario aclarar que esto no significa que renunciemos a la razón natural, pues pecaríamos si nos adhiriéramos a aquello que contradice la razón, sino que aceptemos con humildad que Dios y “su manera de hacer las cosas” superan nuestro entendimiento (no lo contradice) y he ahí la virtud de la fe.

En segundo lugar, es preciso negar todo apetito de los sentidos, por la sencilla razón de que Dios es espiritual. Como fiel discípulo de Santo Tomás, San Juan de la Cruz hace notar que sólo podemos decir de Dios lo que no es y, por tanto, alcanzar la unión con Él negando en nosotros lo que no es Dios. Por esta razón, mientras estemos cebados de criaturas, no hay cabida para Dios. Y todo lo que entra por los sentidos no es Dios.

Claro que es necesario servirnos de los sentidos y Dios mismo, a veces, se sirve también de ellos, no obstante, debemos desechar toda criatura para quedarnos con solo Dios. Por eso, las imágenes, el ambiente exterior de un oratorio, la música que acompaña a los ratos de oración o los suaves olores, son un medio (hartas veces innecesario) al que no nos es lícito estar apegados, ni buscarlo exprofeso para intentar engendrar en nosotros algún tipo de sentimiento o gusto sensible que nos haga más agradable la oración. No vamos a la oración a descansar, ni a relajarnos. De hecho, más bien lo contrario, la oración “se suda”, es ardua y, frecuentemente, es una cruz, sobre todo en los primeros grados. Por eso, Santa Teresa lo compara con regar un huerto sacando agua del pozo, como en los primeros pasos de nuestra vida de oración nos fatigamos cuando nos ocupamos en recoger los sentidos y luchar contra las derivas de la imaginación.

Para llegar a ser adultos en la fe es preciso dejar de ser carnales, dejar de buscar nuestro propio gusto en las cosas espirituales. “Y así querría yo persuadir a los espirituales cómo este camino de Dios no consiste en multiplicidad de consideraciones, ni modos, ni maneras, ni gustos (aunque esto en su manera sea necesario a los principiantes), sino en una cosa sola necesaria, que es saberse negar de veras, según lo exterior e interior, dándose a padecer por Cristo”. “Porque el aprovechar no se halla sino imitando a Cristo. De donde todo espíritu que quiere ir por dulzuras y facilidad y huye de imitar a Cristo, no le tendría por bueno”. (San Juan de la Cruz, ibídem)

 

RM, carmelita ermitaña

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